Domingo 13 de enero 2019 / Isaías 42, 1-4.6-7; Salmo 28; Hechos 10, 32-38; Lucas 5, 15-16.21-22.  

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Por JOSÉ LUIS BLEDA / Llegamos al fin del tiempo de la Navidad con la celebración del Bautismo de Jesús e iniciamos, en este nuevo año, el tiempo ordinario. A partir del domingo el color habitual de las casullas y estolas será el verde, hasta el Miércoles de Ceniza. Para este domingo la liturgia nos propone el relato del Bautismo de Jesús según el Evangelio de Lucas.

He escogido, para esta reflexión, acompañar el texto de Lucas, con las lecturas y el salmo que se usan también en los ciclos anteriores, los de Mateo y Marcos, porque, al menos la primera, la profecía de Isaías, me ha llegado más en cómo se expresa en el capítulo 42, que el texto alternativo del capítulo 42, por otro lado, bellísimo, que nos invita a consolar.

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Bueno dejo los pormenores litúrgicos y voy al comentario. Los textos son propios de Navidad, y, resumen lo celebrado: el profeta Isaías nos invita a mirar, mirar al siervo de Dios, a su Mesías, al niño cuyo nacimiento hemos celebrado, mirarlo como el Mesías, el que realmente nos trae la liberación, y, ¿cómo la trae? pues si nos vamos al final de la lectura que se proclama, de manera distinta a los líderes populistas, salvadores de pueblos que triunfan por todos lados, mientras que en sus discursos nos prometen solucionar los problemas levantando muros, expulsando inmigrantes, encerrando gentes, castigando… el profeta Isaías nos anuncia un Mesías que abre los ojos a los ciegos, saca a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que viven en tinieblas…

Esta profecía se nos presenta seguida del salmo 28 como responsorial, un salmo que nos habla de paz, de la paz que viene con Dios, de la paz que nos trae el niño que nos ha nacido, paz que es bendición de Dios y que solo podemos vivirla si somos capaces de superar y ponernos por encima de tanto ruido, oleaje, desastre, si ponemos el milagro de la vida, de la vida del bebe, por encima de toda potencia destructora.

El remate se nos presenta en el discurso de Pedro en los Hechos de los apóstoles, que podría ser el discurso de las conclusiones que deberíamos sacar tras la celebración del Misterio de la Navidad. En el nacimiento de Jesús se ve como Dios no hace acepción de personas: todos pueden acercarse y adorarle, los pastores, el sacerdote, el anciano Simeón, la profetisa Ana, los Magos…, nace para todos, no hay distinción ni de religión, ni color de piel, ni cultura, ni género.

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Esto también se manifiesta en el Bautismo de Jesús. En Lucas se subraya que Jesús se bautiza como uno más entre todos los del pueblo, no se distingue en el exterior, lo que le distinguirá ante Juan, será la bajada del Espíritu Santo sobre él y la voz del cielo que lo declara el Hijo Amado. Aunque en la versión de Lucas parece que todos pudieron ver al Espíritu en forma de paloma y oír la voz del cielo, lo cierto es que eso es muy discutido, unos dicen que sólo lo vio y oyó el propio Jesús, otros que también Juan el Bautista vio al Espíritu Santo, como se afirma en el Evangelio de Juan, otros que fue algo que todos los que estaban en el lugar pudieron ver y oír. Permitirme terminar la reflexión compartiendo más detalladamente mis pensamientos sobre esto:

  • Si lo vieron y oyeron todos es un signo público de que Jesús es el Mesías, es una manifestación de Dios, la tercera antes de iniciar la vida pública: la primera fue con los anuncios de los ángeles (anunciación, sueño de José, anuncio a los pastores) y el Nacimiento, la segunda con los Magos, y la tercera, ya para todo el pueblo, con el Bautismo.
  • Que lo viera y oyera Jesús sería una ayuda de Dios para afrontar de manera segura la misión que debía cumplir. Él como verdadero Dios no lo necesitaba, aunque si como verdadero hombre. Esa presencia del Espíritu Santo y esa voz que le llama amado y predilecto es como el ángel que le consuela en Getsemaní antes de la Pasión.
  • Que Juan el bautista lo viera y oyera tiene un significado, al menos para mí, más profundo, pues en cierto modo me identifico más con Juan el bautista que con Jesús, ya que le indica quién es el Mesías para poder señalarlo, pero también es un anuncio de que su misión llega a su fin, ya la ha realizado, ya puede morir en paz, como Simeón tras ver a Jesús en el templo, o como suponemos que sucedió con José una vez criado el niño,… La visión y la voz, le confirman que todo lo dicho y hecho era lo correcto, y que él, Jesús, cumplirá lo que ha anunciado.

Por eso, este fin de la Navidad, lo vivo como una invitación a renovar mi propio bautismo, un bautismo que me compromete a aceptar a toda persona, sin acepción alguna, como hermano, que me compromete a luchar y dar testimonio del Reino de Dios, esforzándome por hacerlo presente en mi propia vida, y por colaborar a que otros lo reconozcan y se sumen a su construcción, y que me invita a dejarlo todo en las manos de Él, que es quién lo lleva a cabo, y a vivir sin miedo ni temor el no ser nadie, el ir apagándome, el que mi luz mengüe, ya que la Luz que importa, que debe importar, será siempre la suya, la de Cristo.