Apocalipsis 7, 2-4.9-146; Salmo 23; 1Juan 3, 1-3; Mateo 6, 1-12a.
Por JOSÉ LUIS BLEDA / Un año más la Iglesia, para el 1 de noviembre, nos invita a celebrar de manera solemne a Todos los Santos, una celebración que viene del siglo IV, cuando la Iglesia dejo de ser perseguida, y entonces, dentro de la alegría y el gozo por los aires de libertad, vino el recuerdo de todos los que habían dejado su vida por mantenerse fieles a Cristo durante los años de persecución, luego más tarde, se añadió en la Liturgia al día siguiente la conmemoración de los fieles difuntos En muchos sitios ambas cosas se mezclan, no es raro encontrarnos con misas en el Cementerio o de difuntos el día 1, e, incluso, en España particularmente, vivimos en nuestra época como una celebración anglosajona como Halloween se impone de manera lúdica y festiva sobre las maneras tradicionales de celebrar Todos los Santos.
En esta reflexión compartiré, basándome en las lecturas que nos ofrece la Liturgia, ¿quiénes son los santos?
La primera respuesta la encontramos en el libro del Apocalipsis, el último de la Biblia, libro que aparece como primera lectura en la segunda parte de la Pascua, tras leer el de los Hechos de los Apóstoles, lo que nos indica ya litúrgicamente el carácter festivo, pascual, de vida y resurrección de esta fiesta: los santos no están muertos, no son muertos, ni zombies, están vivos… ¿pero quiénes son? Son una multitud, son más de los 144.000 de los que se dice en un primer momento, y ese es un número simbólico que parte del 12 (las tribus de Israel) x 12 (los apóstoles) x 1.000 (multitud, muchos, es decir, todos), indicando así simbólicamente que se salvan los que vienen del Antiguo Testamento, los que vienen de la predicación de los apóstoles, y la multitud, multitud por la que Cristo ha derramado su sangre. Luego, tú y yo, y ese y aquél, también podemos ser santos, pues por nosotros ha derramado su sangre Cristo, sólo tenemos que aceptarlo.
El salmo 23 nos da tres condiciones para entrar en el recinto sacro, es decir para ser santos. Esta es una lectura del Antiguo Testamento y por tanto un poco más restrictiva. Las condiciones son: manos inocentes, puro corazón, no confiar en los ídolos… Creo que son claras, y que no hace falta explicarlas detalladamente, lo que haría interminable esta reflexión.
La segunda lectura vuelve a la primera, también se atribuye al apóstol Juan la redacción, en ella los santos somos nosotros, todos los bautizados, todos lo que ahora somos hijos de Dios, la santidad consiste en poder ver a Dios tal cuál es, cosa a la que estamos llamados todos sus hijos, no es algo que se consiga por nuestras fuerzas, sino como don de Dios, que nos ha hecho sus hijos por el bautismo, que ha derramado su sangre por nosotros. Lo único que hemos de hacer es mirarlo, querer verlo, aceptar su paternidad y sabernos hermanos de unos y de otros.
Por último, el Evangelio de Mateo al presentarnos la bienaventuranzas identifica a los santos con los bienaventurados, con los dichosos, y estos, como concluye la novena bienaventuranza somos nosotros: “bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien….” Jesús, deja claro que son sus seguidores los bienaventurados, que las bienaventuranzas no son para otros, para extraños, para héroes o seres mitológicos, son para todos y cada uno de sus seguidores, y que la santidad, la dicha, el gozo, la alegría, conlleva la persecución, el insulto, la difamación por parte de tantos que viven amargados, que han puesto su felicidad en lo que consiguen con sus manos (ya no son inocentes), y, que tratan de ser a costa de (ya no tienen el corazón puro) y para ser felices necesitan tener, tener más y más (su Dios es el dinero, el consumo, Mammón).
Bueno, Feliz día de Todos los Santos.