Por JUAN GARCÍA CASELLES / Dicen los medios que esta tarde se reúnen los partidos catalanes por lo de realizar un referéndum sobre la independencia. No me parece mal, están en su derechos de reunirse y tratar pacíficamente de cualquier asunto. Lo que me sorprende, hasta cierto punto, es la insistencia en realizar el referéndum solamente en Cataluña, cosa que encaja mal con la constitución vigente. Aunque el gobierno de Madrid se lo autorizara, bastaría cualquier recurso ante el tribunal constitucional para anular la autorización.
La realidad es que caben dos caminos perfectamente legales para conseguir el ansiado referéndum.
El primero consistiría en efectuar un cambio constitucional, lo que no es tan difícil y es de suponer que podrían obtenerse suficientes apoyos fuera del ámbito exclusivamente catalán. Este simple aunque dificultoso camino sería entendido sin mayor problema por la mayoría de los españoles, catalanes o no.
La segunda y posiblemente mejor opción parece la de solicitar un referéndum legal en el que participarían todos los españoles. A primera vista parece que la mayoría estaría en contra de la independencia, pero eso no está tan claro, porque hay muchos españoles tan hartos como yo de que nuestros problemas sigan sin resolverse porque los catalanes o los vascos llenan sin cesar las cabeceras de los medios, mientras que los duros problemas de los parados, los jubilados, los dependientes, los enfermos, los alumnos, los inmigrantes, las mujeres maltratadas o asesinadas, los científicos emigrantes, los artistas en paro o con contratos leoninos, etc., ni siquiera son mencionados porque para eso montan el espectáculo las derechas de varia nacionalidad que siguen en su interminable rifirrafe, pero que bien se ponen de acuerdo cuando se trata de jorobar a la estiba, de obtener unos milloncejos de nada o de seguir con los recortes.
Conviene tener presente que, en principio, y más allá de eso de España o Cataluña, la independencia parece una mala opción para aquellos a los que púdicamente se conoce como pertenecientes a las clases desfavorecidas, es decir, pobres en general, trabajadores del montón, marginados, eventuales de dos o tres horas por semana, etc., porque no solo no les va a beneficiar, sino que , al contrario, un poder político más débil no parece que pueda defenderles frente a la rapiña de un capital cada vez más poderoso. Por otro lado, si partimos de aquello de que por sus obras los conoceréis, no son de derechas solo los que se dicen de derechas, sino todos aquellos que, a la hora de la verdad practican o apoyan las políticas del capital.
También hay que tener en cuenta la capacidad de los independentistas para convencernos de la justicia de sus demandas, porque los que vivimos del Ebro para abajo no somos todos tontos de solemnidad y tenemos las suficientes entendederas como para comprender la justicia de lo que otros piden si se utilizan argumentos racionales y no eslóganes como lo de “Espanya ens roba”.
Pero con independencia de si el conjunto de los españoles vota si o no, lo que quedaría claro y palpable sería el resultado que se diera en Cataluña, así que no tengo más remedio que sospechar que, al final, de lo que se trata es de que no hay nadie que quiera saber la verdad, ni el Rajoy y su monaguillos, ni el Puigdemont y y los suyos, porque mientras esa verdad no se sepa, se puede seguir dando la tabarra una semana sí y el año siguiente también, y la casa sin barrer.
Digo yo que Rajoy, tan defensor él de la legalidad, podría convocar un referéndum en toda España que nos sacara de dudas, no solo del caso catalán, sino también del de Euzkadi. Es verdad que es lo que debió hacer hace ya muchos años Felipe González, pero eligió aquello de café para todos, que resultó ser un encubrimiento de determinados privilegios y que nos ha llevado hasta este singular atolladero.