Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte…
Por JUAN GARCÍA CASELLES / Contemplando lo que ha pasado (y pasará) en Grecia, que es lo mismo, lo mismito, que ha pasado en España, en Portugal, en Irlanda, en Italia, y en toda Europa, y, puestos ya a dejar claro, en el universo mundo. Lo que ha pasado, lo que está pasando, es que los intereses del gran capital se han impuesto sobre los intereses de los pobres, incluso sobre los intereses de aquellos ilusos que no se consideran pobres, pero que de hecho dependen para su supervivencia de los intereses del gran capital.
Hay una pobreza que nace de la falta de ingresos, de la escasez de la porción que nos corresponde en el reparto de los bienes sociales, y hay otra pobreza más profunda, que depende de nuestra capacidad de controlar los medios de producción y en la que se sitúa la inmensa mayoría de eso que se ha dado el llamar clases medias, que es un potpurrí que tal parece el caos primigenio.
Y en tal ocasión aparecen, como no podía ser por menos, los falsos profetas que siempre terminan concluyendo que la culpa es los pobres. En esta línea andan los que nos hablan de nuevos fascismos, de la crueldad del neoliberalismo, de la
arrogancia del capital financiero, los que nos recuerdan las bondades del neocapitalismo, del estado de bienestar, del estado social de derecho, del keynesismo, etc, etc., cuya no aplicación es debida al fracaso de la izquierda al no tener respuesta al neoliberalismo después de esta última crisis. Es decir, los pobres son pobres porque no saben salir de la pobreza y porque sus representantes políticos no tiene ni idea de cómo sacarles de ella. Además, la culpa es de la política y los políticos, nunca de la economía, del capitalismo.
Suelen olvidarse que lo del capitalismo de rostro humano ocurrió en un contexto especial en el que la presencia de un comunismo de creciente aceptación entre los trabajadores (Rusia, China, media Europa, Viet-nam, Indonesia, Cuba, Nicaragua, Colombia, Mozambique…) obligó a inventarlo.
Una vez derrotado el comunismo, el capitalismo abandonó sus tácticas de respeto a los derechos humanos más elementales y se sacó de la manga, o de sitios peores, la escuela de Chicago, la Tatcher, el Reagan, los cátedros amantes del pesebre, los sindicatos de empresa nipones y la madre que los parió. Y contando además con lo barato que se pueden comprar los pobres y los de medio pelo, se lanzó a explotar a lo bestia justificándolo con aquello de la desregulación, la libertad (de empresa y de mercado, claro), la globalización, y toda la parafernalia de la derecha triunfante. Y es que no es cosa de políticos, sino de capitalismo, que siempre vuelve por sus fueros. Y no es de países, sino de clases. Merkel existe solamente para que los miopes y los tontos no vean a los auténticos amos del cotarro.
Coincide con su ofensiva lo que se llamaba antes el aburguesamiento del proletariado de los países ricos, que pueden mantener su nivel de vida (de consumo) a costa de los bajos salarios de los trabajadores del resto del mundo, que nos sirven en nuestras vacaciones, nos fabrican nuestros más amados chismes por un precio ridículo y venden su trabajo por la simple posibilidad de comer lo suficiente para seguir vivo.
En estas condiciones objetivas, cuando la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos aspira en esta vida únicamente a ser rico y ha olvidado lo de la solidaridad algún día cuando se tomaba una caña, nos vienen con la historia de que la culpa de tanto recorte es de los pobres, o sea, de la izquierda, que no sabe qué hacer. No es problema de saber, sino de poder, y el poder es de ellos. Y es un poder tan omnímodo que pueden contarnos mentiras sin el menor sonrojo. Vayan dos
ejemplos: Uno, de cuando Zapatero quería salvar al euro, el pobre. Otro, de cuando Rajoy nos rescató con una violencia atroz diciendo que quería salvarnos del rescate. Lo que hay que aguantar.