8020Por JUAN GARCÍA CASELLES / Hace años, cuando como consecuencia de la caída del muro de Berlín y la descomposición del régimen soviético se puso de moda aquello del fracaso del comunismo, mi amigo Chipola publicó una viñeta en la que se veía a un africano de los que ahora llaman subsaharianos, o sea, un negro, miserioso y famélico, sentado en el suelo y apoyado en una pared, con un bocadillo que decía: “Para fracaso, el del capitalismo conmigo”.

Y ahora, pasados los años, no he tenido más remedio que acordarme viendo una foto de unos cuantos subsaharianos subidos en la valla de Melilla, de esos que dice nuestro impresentable ministro del Interior que pueden ser yihadistas, sin caer en la cuenta de que los yihadistas europeos no necesitan saltar ninguna valla, porque los criamos nosotros mismos en nuestro democrático país a base de racismo, fascismo, nacionalismo, intransigencia y marginación, y también por aquello de Antonio Machado de “desprecia cuanto ignora”, que es válido para todos los habitantes de estas nuestras tierras hispanas, las profundas y las otras. Ellos, los subsaharianos en lo alto de la valla, son la muestra más palpable del fracaso del capitalismo para llevar el bienestar a todas las capas sociales.

Todo esto viene a cuento de que alguien ha resucitado el tontorrón principio de Pareto aplicado a la economía. Dice dicho principio que existe una relación natural de distribución de 80/20, de forma que el 20% de la población posee el 80% de la riqueza, mientras que el 80% de la población solo posee el 20% de la riqueza. Este principio es aplicable, más o menos, a casi todos los países y también al conjunto de la humanidad.

Lo primero es denunciar que se presente como natural y científico la desigualdad. Lo segundo es que con ello se trata de ocultar que la desigualad es el fruto de determinadas formas de las estructuras de explotación, que han variado bastante a lo largo de la historia.

Claro que ahora vienen los listos y nos advierten que tal y como van las cosas, la distribución real no es del 80/20, sino del 90/10, y si no lo es ya, lo será en un muy próximo futuro, lo que, teniendo en cuenta que esto es capitalismo, no deja de ser de una normalidad que te deja helado porque el capitalismo consiste precisamente en eso, en utilizar y agrandar la desigualdad.

Y es que el capitalismo es una doctrina, basada en una fe profunda (como puede advertirse en gente como Rajoy, poseedor de verdades tan absolutas que solo pueden obtenerse por revelación divina del dios Mammón), que predica que haciendo más ricos a los ricos todos terminaremos por vivir mejor. Como dirían los viejos de mi pueblo: “¡Átame esa mosca por el rabo!”. Pero luego resulta que, como todos queremos ser ricos, ahora o en el futuro, que para eso están inventados la lotería y los cupones, nos tragamos las ruedas de molino como si tal cosa y seguimos prefiriendo las opciones políticas que apoyan semejantes insensateces.

El profundo sentido común del viejo Marx nos lo dejó claro: El capitalismo hace que aumente constantemente el número de pobres cada vez relativamente más pobres, mientras disminuye el número de los ricos, cada vez más ricos y poderosos. Mirad al mismo tiempo a los multimillonarios en lo alto del IBEX y a los negritos en lo alto de las vallas de Melilla.