Imagen tomada en www.taringa.net

Imagen tomada en www.taringa.net

Por JUAN GARCÍA CASELLES / Se dice con frecuencia que la economía se pone por encima de los hombres, y hasta al papa Francisco se le ha escapado en un reciente y famoso discurso aquello de “un sistema económico que pone los beneficios por encima del hombre”. Naturalmente, se refieren al capitalismo y no a ningún otro sistema económico. 

Bien, veamos si esto es verdad. En general, cualquier economía, incluso la capitalista, consiste en la actividad humana para la producción de bienes y su reparto. ¿Y cómo una cosa que hacen los seres humanos puede estar por encima de ellos? ¿Cómo una actividad humana puede ser equiparada a cosas como el clima, los desastres naturales, los terremotos, la peste, los huracanes o cosas así?

Y más claro. ¿Alguien piensa que la economía está por encima de Bill Gates, de Ana Botín, de Soros, de Alicia Koplowizc o de Amancio Ortega? ¿Acaso ellos no son seres humanos? ¿No será que la economía, la economía capitalista (igual que sistemas que ha existido a los largo de la historia), coloca a unas personas por encima y a otras por debajo de ella, o, mejor dicho, la economía está al servicio de ciertas personas, los ricos, para aprovecharse de la debilidad de la inmensa mayoría, especialmente de los pobres?

Es necesario caer en la cuenta de que la mera enunciación de este desdichado aforismo que intenta hacer ver que la economía se impone a la totalidad de los seres humanos sin distinción, tiene como finalidad la de exculpar a los beneficiados de la estructura y la de presentar como inevitable la situación de los desfavorecidos. Si la economía se impone sobre los designios de las personas, los ricos no tendrían ninguna culpa de serlo y nadie podría pedirles cuentas o tratar de quitarles lo que el dios economía-mercado les ha dado. Y a los pobres no les queda otra que resignarse, puesto que nadir puede evitar su situación. Así el capitalismo se convierte en algo que esta ahí, no se sabe como ni porqué, que es verdad que causa hambrunas, miserias, limitaciones, etc., pero que de eso nadie es responsable.

Tonterías como estas son las que convierten a nuestras sociedades en sociedades de inocentes, en las que cada uno va a la suya sin tener en cuenta a nadie más, pero nosotros no somos culpables de nada porque, como Caín, podemos decir aquello de: “¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?”

Cegados por el egoísmo somos todos, en mayor o menor medida, responsables del funcionamiento de un sistema en el que una minoría, entre la que nos encontramos, disfruta de innumerables ventajas a costa de la inmensa mayoría de los pobres de todo el mundo.

Ya está bien de falsas inocencias y de comulgar con ruedas de molino, de tonterías que aceptamos porque, consciente o inconscientemente, nos vienen bien para disimular nuestro egoísmo.