Por BERNARDO PÉREZ ANDREO / Antonio López Baeza ha vuelto a escribir uno de esos libros que hacen época. Todos recordamos sus Poemas para la utopía y las Canciones del hombre nuevo, publicados en los ochenta y que tanto bien han hecho a comunidades y personas en todos los lugares de habla hispana. No olvidamos su Imágenes y profecías de la amistad, como tampoco Experiencia con la soledad, libros señeros de los noventa. Este año acaba de publicar un libro que va a ser el libro para el siglo XXI, porque, como dijera Panikar, el cristianismo del siglo XXI será místico o no será, más aún, el mundo del siglo XXI será místico o no tendrá ninguna oportunidad de seguir siendo, este sería el mensaje deOjos nuevos para un mundo nuevo. De la experiencia mística a «otro mundo posible».
La propuesta del libro de López Baeza supone dar la vuelta a la filosofía occidental y su esencia idealista marcada por la metáfora fotológica. Desde Platón, al menos, y hasta Heidegger, por lo menos, pasando por Descartes y Husserl, la propuesta filosófica occidental tiene su talón de Aquiles en la enfermedad congénita que la aqueja: el idealismo (Patricio Peñalver dixit). Ese idealismo está cifrado en la sistemática propuesta de salvación o felicidad externa al hombre. Lo bueno, lo justo, lo bello, incluso el conocimiento y la salvación vienen de fuera del hombre. El ser humano, nos inculca esta tradición, es deficiente por naturaleza, su naturaleza está pervertida y la materia que lo constituye es una realidad pasiva, en el mejor de los casos, mala, en el extremo de la gnosis que configura el pensamiento occidental desde el neoplatonismo hasta hoy. El conocimiento y la verdad vienen de fuera, ya sea de la idea del Bien, de la contemplación en la llanura de la verdad, en el claro del bosque donde surge la luz o en la máquina perfecta para generar el conocimiento, el ojo en Descartes, la red de la sociedad de la información. Siempre es externo al hombre, el hombre debe adecuar su entendimiento a esta verdad objetiva extrínseca. Antonio López Baeza nos propone otra tradición, la tradición mística, especialmente la cristiana.
En la tradición cristiana, el hombre nace al mundo y es del mundo y en el mundo, sin posibilidad de separación. El mundo, creado por Dios, es bueno, y el hombre también lo es, pero hace falta mirarlo con ojos de amor y bondad para verlo. Esto se consigue con el nuevo nacimiento, con el bautismo, que permite al hombre sacar de dentro la luz que le permitirá ver esa bondad natural de las cosas y los seres humanos, ver al Creador en sus creaturas. El bautismo es un proceso de fotismos, de iluminación interior que permite ver la verdad de lo creado y al Creador en ello, esa es la salvación del hombre, esa es su felicidad. Con esos ojos nuevos que da el renacimiento de la experiencia mística, el hombre puede ver ese Mundo Nuevo que Jesús llamó Reino de Dios y al que invita a contemplar el Apocalipsis. El Mundo Nuevo que es Cristo que viene al hombre desde su Resurrección coincide en lo esencial con ese otro mundo nuevo posible que anhelan los hombres y mujeres de esta generación.
La experiencia mística, a lo largo de la historia de la humanidad, ha sido el motor de la construcción de una realidad de bondad, belleza y humildad que hace el hombre feliz, salvado. Antonio López Baeza se inserta en esa larga tradición que va del judaísmo y el cristianismo hasta el Islam, pasando por el Budismo y las religiones ancestrales, para llegar hasta las propuestas místicas más cercanas. Bebe de la mística de la pobreza y el desierto de Carlos de Foucauld, de la experiencia mística de la opresión de Thomas Merton, de la no violencia de Lanza del Vasto y de la experiencia mística de la modernidad en Marcel Legaut. Esta línea desemboca en López Baeza que ha acrisolado en su obra todas estas experiencias místicas, aportando una mística y utopía para el siglo XXI, donde une perfectamente la tradición mística tradicional y la experiencia liberadora de la modernidad; mística y profecía se dan la mano en Antonio López Baeza.
Es importante para vivir la salvación en el siglo XXI que las religiones, todas las religiones, se pongan al servicio del hombre y se presenten como las realidades instrumentales que son, especialmente la religión cristiana, a la que define el autor como «la religión que ha nacido para estar al servicio de todas las religiones» (p.51), porque no puede ser el cristianismo algo particular, sino universal, dado a todos para todos los tiempos. Siendo la religión del amor de Dios hecho hombre, no puede por menos que aceptar lo que sabe la conciencia mística de todos los tiempos, que «fuera del amor no hay salvación» (p. 37), porque la salvación es Dios y su voluntad es que todos se salven, por eso es una aberración afirmar que fuera de la Iglesia no hay salvación, al contrario «fuera de la salvación, no hay Iglesia» (p. 84). Cuando el medio o instrumento, la religión, cualquier religión, se convierte en el fin, caemos en la idolatría. La experiencia mística del siglo XXI sabe que la religión es la argamasa para construir ese mundo nuevo que nos espera, pero será necesario purificarlo hasta el extremo. La kénosis, elemento sustancial de la fe cristiana, es el camino para llegar a ese otro mundo posible. La kénosis fue el camino querido por Dios para Crear el mundo y para tomar contacto con los hombres, la Encarnación; la kénosis es el camino de todos los místicos para encontrarse con Dios: pobreza en Francisco, desierto en Foucauld, opresión en Merton, diálogo en Legaut; la kénosis será el camino para construir ese otro mundo que este mundo está pariendo con dolores de parto. Con los ojos nuevos de la experiencia mística podemos ver ese mundo, y al verlo creerlo, y al creerlo crearlo. ¡Claro que podemos!