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Por JUAN GARCÍA CASELLES / Andan unos y otros dándole vueltas al coco para averiguar cómo ha sido eso de perder tantos votos en las europeas: que si las apariciones en la tele, que si no hemos sabido comunicar, que la gente no nos ha entendido, que si el candidato no era el apropiado, que si los chismes y las falsas acusaciones no han convencido, etc., etc.

Y a mí me viene a la memoria un muy famoso libro, en su tiempo, que se llama “Elogio de la Traición: sobre el arte de gobernar por medio de la negación”, de Denis Jeambar.

Tal y como andan estos tiempos de un capitalismo avanzado, parece lógico que, para mantenerse en el poder y seguir influyendo en la marcha de la sociedad, sea necesario en algunos momentos negar lo mismo que se ha defendido en ocasiones anteriores y tomar medidas contrarias a lo que se había propugnado.

Veamos dos recientes casos en nuestra historia:

Zapatero, después de decir a diestro y siniestro (aparte de que nos iba a hacer a todos ricos) que era imprescindible una política social (aunque hay que ver qué poco hizo en materia de desigualdad económica), nos salió con una reforma laboral que era toda una traición a lo propugnado por el Psoe, si bien tenía numerosos antecedentes en las ambiguas políticas de Felipe González.

Rajoy, en una memorable campaña electoral, afirmó que era capaz de acabar con el paro y con el déficit publico sencillamente con ponerle a él de jefe, porque (gran argumento) él si que creaba certidumbres. Pero cuando empezó a gobernar se olvidó de todas y cada una de sus demagógicas promesas y reincidió en lo de la reforma laboral, para que pagaran el pato los trabajadores, los autónomos y todos los que no fueran ricos de verdad.

Y ahora ¿porqué no quieren ver que han sido sus traiciones descaradas las que ha hecho que a las gentes se les hinchen sus aparatos genitales y no se fíen ya de sus vanas promesas? ¿No ven que se han ganado a pulso su descrédito?

Uno entiende que ante la presión de los mercados (o sea, la burguesía, que es el poder real y verdadero), los gobiernos tiemblen y terminen haciendo lo contrario de lo que prometieron, pero, a su vez, ellos deberían entender que a la gente se la puede traicionar una y cien veces sin que pase nada, justo hasta que los traicionados estallen en ira y no aguanten más. Y que no me digan que no ha habido suficientes señales de la hartura del personal.

Quizá ya va siendo hora de que los políticos profesionales empiecen a pedir perdón y a reconocer que su poder es más bien escaso y que hay cosas que no “pueden” hacer porque carecen de poder para ello. Y, también, para que los que vienen empujando, que en vez de acusar de todos los males a la casta, empiecen a preguntarse si ellos no harán exactamente lo mismo que la casta cuando llegue el caso.

Por cierto, si la memoria no me falla, en el libro mencionado se pone como ejemplos gloriosos de traición a Juan Carlos (que traicionó a los franquistas) y a Felipe González, (que traicionó a los trabajadores).