Por JUAN GARCÍA CASELLES / “Quo usque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?» fue una frase pronunciada por Cicerón, famosa por ser la primera oración de la Primera Catilinaria. Se traduce del latín al español como: «¿Hasta cuando abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?”

Viene esto al caso de Isabel Carrasco, asesinada por una de sus correligionarias, como se sabe, y las curiosas reacciones de muchos periodistas y algunos políticos como nuestro inefable ministro del Interior y doña Rita, alcaldesa perpetua de los valencianos, que se admiran de la mucha violencia que anda por Internet y que parece cosa gratuita e inexplicable nacida en las turbias aguas del rojerío radical.

Empecemos por decir que en Internet no matan a nadie y que, para radical, el PP. Pero reconozcamos que la mala leche y la violencia contenida andan por ahí sueltas, aunque parece que no se han preguntado cómo y por qué ha nacido esa marea. Para aclararlo pongamos un ejemplo tan real como la vida (y la política) misma.

El año pasado, cuando pegaba más el calor y la gente dormitaba viendo la tele, nuestro ínclito Presidente, Rajoy por más señas, se soltó la melena en el Congreso y afirmó que Bárcenas le había engañado y se había aprovechado de su buena fe para perjudicar a su amado partido. O sea, que su subordinado, con el que había convivido en Génova unos veinte años, había hecho toda clase de perrerías sin que él, su jefe, se enterara de nada. Si tal cosa es cierta, la única conclusión que se puede sacar es que Rajoy es aún mucho más tonto de lo que aparenta, que no es poco. Claro, si no es tonto, es la persona más inútil que se puede imaginar para dirigir nada. A no ser que no sea ninguna de las dos cosas, en cuyo caso es algo mucho peor.

Solo que eso a él le es igual. Salió, dijo lo que dijo y se fue a su Moncloa tan contento, como si fuéramos pardillos a los que se engaña con una piruleta. ¿Qué esto no es para cabrearse? Se ríe en nuestras narices y sigue mandando como si nada.

¿Y qué se cree (él, los del PP y muchos del PSOE) que piensa el anciano inválido que solicita que certifiquen su discapacidad y le pasan los años sin que ni siquiera contesten a su solicitud, los que esperan meses y meses para operarse de una hernia, el trabajador que ve cómo su hijo debe renunciar a los estudios superiores porque las becas no son suficientes, el pensionista que no puede ir al Balneario porque hay que ayudar a los hijos, el padre que no encuentra trabajo y ha de llevar a sus hijos a comer a comedor social, el graduado que ha de emigrar al quinto coño para encontrar un trabajo que se le niega en España, la mujer que limpia escaleras por horas sin seguridad social, los hambrientos que van a Cáritas, etc., etc.? ¿Esperan que
los indignados se limiten a manifestarse pacíficamente y soportar los porrazos de la policía? ¿No resulta sorprendente que la gente aguante tanto y no salga dispuesto a pedirle cuentas y a comerse vivo a tanto botarate que quiere vendernos eso de que España ya va bien y encima nos exija que seamos pacíficos, que soportemos sus memeces, y que se ría de nosotros sin ningún disimulo?

De ninguna manera se trata de justificar un asesinato. Todo lo contrario. Es necesario condenar la violencia venga de donde venga. Ahora ha venido, como es costumbre, de la derecha. Y puestos a condenar la violencia, es hora de condenar a los que la causan.

¿Hasta cuando abusarás, Rajoy, de nuestra paciencia?