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Imagen: elconfidencial.com

Por JUAN GARCÍA CASELLES / Fueron nada menos que ciento ochenta representantes del pueblo español, la flor y nata de la sociedad, en vuelo directo y gratis hasta el otro lado del Atlántico a conquistar el vellocino de los Juegos Olímpicos para Madrid, pero al primer coletazo del dragón capitalista salieron vergonzosamente derrotados. Y eso a pesar de los primorosos esfuerzos de Dª Ana, que con sus mohines y su pseudo-inglés hizo partirse de risa a la concurrencia, a pesar de lo cual tuvieron que volverse con el rabo entre las piernas en el mismo avión que los llevó.

Las lamentaciones y las condolencias fueron unánimes a su llegada, sonaron a duelo todas las campanas mediáticas y hasta el mismo rey los recibió, los abrazó y los acompañó en el sentimiento. ¡Nunca un pueblo entero se sintió tan defraudado!

Y eso que estábamos dispuestos a gastarnos ni se sabe los millones en la necesaria cosa del deporte (sin contar lo que nos hemos gastado en tanto intento baldío).

Conviene no olvidar que para conseguir tan ansiado y relumbrante objetivo estábamos dispuestos a hacer lo siguientes sacrificios:

– Dejar sin becas de comedor a los niños pobres.

– Dejar a los ancianos sin vitaminas porque son demasiado caras para la inmensa mayoría de ellos.

– Dejar sin ayudas suficientes a los minusválidos y personas dependientes.

– Dejar sin becas a los estudiantes.

– Dejar sin trabajo a médicos, enfermeras, personal sanitario, profesores, maestros, investigadores, personal de los juzgados, policías, bomberos, etc. etc.

– Bajar la capacidad adquisitiva de los pensionistas.

– Dejar sin merienda a los presos, así como disminuir el gasto sanitario de los centros penitenciarios.

– Incrementar el número de parados en un millón si fuera necesario, que no nos vamos a andar ahora con tonterías. Dejar a todo quisque sin seguro de paro mediante otra reforma laboral, que está claro que con ese fin elegimos a nuestra todopoderosa mayoría absoluta que nos gobierna.

-Dejar que se mueran sin tratamiento los inmigrantes que nadie les dijo que se vinieran a España.

– Y, naturalmente, subvencionar adecuadamente a los pobres bancos, las pobres eléctricas, las pobres petroleras y en general a todas las grandes empresas, que hay que ver lo mal que lo están pasando con esto de la crisis.

Todos estos (y alguno más que a ti se te ocurrirá) eran los sacrificios que por el bien de la patria, la marca España y la sonrisa de Doña Ana estábamos y estamos dispuestos a asumir, que somos así de patriotas (o de gilipollas, según se mire).