Hace una semana visitó la Isla de Lampedusa, en cuyas costas se han recogido en los últimos años miles de cadáveres de inmigrantes que trataban de llegar a Europa
Por ZENIT.ORG y elaboración propia / A una semana del viaje que protagonizó el papa Francisco a la Isla de Lampedusa, reproducimos íntegramente su homilía que pronunció durante la eucaristía celebrada en esta isla italiana, a medio camino entre Cerdeña y Sicilia, y que ha sido noticia en los últimos años por las muertes de inmigrantes que llegaban a su costa, camino de Europa. Las imágenes de las agencias internacionales dan muestra de una simbología y una eclesiología singular: el ambón, con el timón de la barca; el báculo, realizado con la madera de un cayuco naufragado, y el altar, preparado con la estructura de una simple barca. Gestos que dicen mucho.
El texto íntegro de la homilía es el siguiente:
‘Inmigrantes muertos en el mar, aquellos barcos que en vez de ser una vía de esperanza fueron una vía de muerte’. Así titulan los periódicos. Cuando hace algunas semanas supe esta noticia, que lamentablemente otra vez un barco había naufragado, el pensamiento me volvía continuamente como una espina en el corazón que me traía sufrimiento. Y entonces sentí que tenía que venir hoy aquí a rezar. A cumplir un gesto de cercanía, pero también para despertar a nuestras conciencias. Para que lo que sucedió no se repita, no se repita, por favor.
Ejemplo de solidaridad
Antes querría decir algunas palabras de sincera gratitud y aliento a ustedes habitantes de Lampedusa y Linosa, a las asociaciones, a los voluntarios y a las fuerzas de seguridad, que han mostrado y atienden a estas personas en los viajes hacia algo mejor. Ustedes son una pequeña realidad pero que ofrece un ejemplo de solidaridad. ¡Gracias!
Gracias también al arzobispo Mons. Francesco Montenegro, por su ayuda, su trabajo y su cercanía pastoral. Saludo gentilmente al alcalde, señora Giusi Nicolini, por lo que hace.
Un pensamiento va a los queridos inmigrantes musulmanes que esta noche inician el ayuno del ramadán. Con el deseo de abundantes frutos espirituales. La Iglesia les está cerca en la búsqueda de una vida más digna para ustedes y sus familias, a ustedes ‘Osha’.
Esta mañana a la luz de la palabra de Dios que hemos escuchado querría proponer algunas palabras que sobre todo provoquen a la conciencia de todos, empujen a reflexionar y a cambiar concretamente ciertas actitudes.
¿Adán, dónde estás? Es la primera pregunta que Dios le hace al hombre después del pecado. ¿Dónde estás Adán? Adán es un hombre desorientado, que perdió su lugar en la creación porque cree que se ha vuelto potente, de poder dominar todo, de ser Dios.
Y la armonía se rompe el hombre se equivoca y esto se repite también en la relación con el otro que no es más el hermano que hay que amar, sino simplemente el otro que molesta mi vida, mi bienestar.
Y Dios pone la segunda pregunta: ¿Caín dónde está tu hermano? El sueño de ser potente, de ser grande como Dios, o peor, de ser como Dios, lleva a una cadena de equivocaciones que es cadena de muerte, lleva a derramar la sangre del hermano.
¿Dónde está tu hermano?
Estas dos preguntas de Dios resuenan también hoy con toda su fuerza fuerza. Tantos, entre nosotros, y me incluyo también yo, estamos desorientados, no estamos más atentos al mundo en el que vivimos, no cuidamos lo que Dios creó para todos y no somos ni siquiera capaces de cuidarnos los unos a los otros. Y cuando esta desorientación asume las dimensiones del mundo se llega a tragedias como aquella a la que hemos asistido.
¿Dónde está tu hermano? La voz de su sangre grita hasta mi, dice Dios. Esta no es una pregunta dirigida a los otros, es una pregunta dirigida a mi, a ti, a cada uno de nosotros.
Aquí nuestros hermanos y hermanas trataban de salir de situaciones difíciles para encontrar un poco de paz y serenidad, buscaban un lugar mejor para ellos y para sus familias, pero han encontrado la muerte. ¡Cuántas veces quienes buscan esto no encuentran comprensión, acogida y solidaridad! ¡Y sus voces suben hacia Dios!.
“¿Dónde está tu hermano? Quién es el responsable de este sangre? En la literatura española hay una comedia de Lope de Vega, que narra cómo los habitantes de la ciudad de Fuente Ovejuna asesinan al Gobernador porque es un tirano, y lo hacen de tal manera que no se sepa quién ha cumplido la ejecución.
Y cuando el juez del rey pide: ‘¿Quién ha asesinado al gobernador?’ todos dicen: ‘Fuente Ovejuna, Señor’.
¡Todos y nadie! También hoy esta pregunta emerge con fuerza: ¿Quien es el responsable de la sangre de estos hermanos y hermanas? ¡Nadie! Todos nosotros respondemos así: no, no soy yo, yo no tengo nada que ver, serán otros, no seguramente yo. Pero Dios nos pide a cada uno de nosotros: ¿Dónde está la sangre de tu hermano que grita hasta mi?
Cultura insensible
Hoy nadie se siente responsable de esto; hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna; hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y del servidor del altar, del que habla Jesús en la parábola del Buen Samaritano.
Miramos al hermano medio muerto en el costado del camino, quizás pensamos: pobrecito, y seguimos por nuestro camino, no es nuestra tarea; y con esto nos sentimos bien.
La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos vuelve insensibles a los gritos de los otros, nos hace vivir en burbujas de jabón, que son lindas, pero no son nada, son ilusión de lo superficial, de lo provisorio, que lleva a la indiferencia hacia los otros. Más aún, lleva a la globalización de la indiferencia. ¡Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, no tenemos nada que ver, no nos interesa, no es mi problema!
Y vuelve la figura del ‘innombrable de Manzoni’. La globalización de la indiferencia nos vuelve a todos ‘innombrables’, responsables sin nombre y sin rostro.
‘Adán, dónde estás? ¿Dónde está tu hermano?, son las dos preguntas que Dios pone al inicio de la historia de la humanidad y que dirige también a todos los hombres de nuestro tiempo, también a nosotros.
Pero quisiera que nos planteáramos una pregunta: ‘¿Quien de entre nosotros ha llorado por este hecho o por hechos como este?, ¿por la muerte de estos hermanos y hermanas? ¿Quién ha llorado por estas personas que estaban sobre la barcaza? ¿Por las jóvenes madres que llevaban a sus niños? ¿Por estos hombres que deseaban algo para apoyar a sus familias? ¡Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia de llorar, del ‘sufrir con’: ¡es la globalización de la indiferencia! En el evangelio hemos escuchado el grito, el llanto, el gran lamento: ‘Raquel llora a sus hijos… porque no están más’. Herodes ha sembrado muerte para defender su propio bienestar, la propia burbuja de jabón. Y esto sigue repitiéndose.
Pidamos al Señor que borre lo que de Herodes ha quedado también en nuestro corazón. Pidamos al Señor la gracia de llorar nuestra indiferencia, la crueldad que hay en el mundo, en nosotros, también en quienes en el anonimato toman decisiones socio-económicas que abren la calle a dramas como este. ‘¿Quién ha llorado?’
Señor, en esta que liturgia que es una liturgia de penitencia, pedimos perdón por la indiferencia hacia tantos hermanos y hermanas. Te pedimos perdón por quien se ha acomodado, por quien se ha cerrado en su propio bienestar que lleva a la anestesia del corazón. Te pedimos perdón por aquellos que con sus decisiones a nivel mundial han creado situaciones que llevan a este drama.
‘¿Adán, dónde estás?’ ‘¿Dónde está la sangre de tu hermano?’. Amén.