Por JUAN GARCÍA CASELLES / Érase una vez un hombre que, llevado de su natural instinto de gozar con el sexo, le propuso a una moza hacerle el favor de darle algún dinerillo a cambio de obtener a su vez el favor de las correspondientes relaciones sexuales. Tentada por la oferta, la mujer aceptó y desde entonces se convirtió en puta. Eso sí, el comprador de los favores sexuales siguió tal cual, como si en la vida hubiese roto un plato.
Del mismo modo, un negociante, o un emprendedor, o un capitalista, que son todos la misma cosa, llevado de su natural deseo de ganar dinero, le propuso a un político que le adjudicara algún sustancioso contrato de los que abundan en la administración del estado a cambio de cuyo favor el político recibiría algún sobre, o le colocarían al hijo tonto, o le abrirían una cuenta en Suiza. Tentado por la oferta y presionado por lo efímero del cargo (que luego te vas a casa y de tus trabajos nadie se acuerda), el político aceptó y desde entonces se convirtió en un corrupto. Eso sí, el respetable burgués siguió disfrutando del aprecio popular, ya que es un emprendedor creador de puestos de trabajo y merece todo tipo de elogios.
Hay que aclarar que la diferencia en ambos casos está en contra de los políticos, porque las mujeres no quedan todas manchadas por la cosa, no todas son putas, mientras que los políticos son, por definición, todos corruptos. ¡Cosas de la ideología capitalista!
La pregunta es ¿porqué a los políticos se les condena y a los burgueses se les ensalza?¿Hasta qué punto está nuestra sociedad podrida por el dinero?
La recta razón dice que si no hubiera corruptores no habría ni putas ni corruptos, y que si en esta sociedad hay prostitución y corrupción es porque hay gente que para satisfacer su sexo o ganar dinero está dispuesto a pagar por ello. Nada de lo que asombrarse. En el capitalismo, aparentemente no esclavista, se compran las personas o, como mínimo, se las alquila por horas mediante el precio que recibe el pudoroso nombre de salario.