Por JUAN GARCÍA CASELLES / De todas las ruindades, que son muchas, del ruin de Rajoy, quizá la más ruin sea la de quitarle la merienda a los presos. Ya veis, así de fácil, hasta yo puedo meterme sin ningún riesgo con el pobre Mariano. Y vosotros, cuando queráis. Pero ni se os ocurra meteros con Botín, con el dueño de Goldman Sachs, con algún Rockefeller o cualquier otro supercapitalista.

Y es que chinchar al capataz está al alcance de cualquiera, pero tocarle los chilindrines al amo es otra historia. Así son las cosas del sistema, que nos autoriza a pelearnos por cambiar al capataz, pero no nos dejan cambiar de amo.

Por eso, cuando denuncio a la gran burguesía como la responsable máxima de todas las barbaridades de los gobiernos, me dicen: “Está claro, esos son los dueños, pero nosotros ¿qué podemos hacer?”. Pues lo primero, no hacer el gilipollas perdiendo el tiempo en acosar y cambiar a los capataces (léase políticos) mientras los amos de verdad, la gran burguesía, campan a sus anchas bajo el pudoroso nombre de “los mercados”.

Y siguen preguntándome: «¿Pero qué hacemos?». Pues eso, saber que para cambiar el sistema debe ser destruido el poder de los burgueses. Y como resulta que el poder capitalista es un poder globalizado, ni desde Madrid, ni desde Río de Janeiro, ni desde Moscu, ni siquiera desde Washington se les puede tocar un pelo.

Así que la única solución racional pasa por la constitución de un poder político mundial con facultades suficientes para actuar en toda la Tierra. Para que esto llegue algún día es necesario que se produzcan dos cambios ideológicos, dos cambios de mentalidad.

En primer lugar es necesario renunciar a todo tipo de localismos y nacionalismos, a eso tan profundo como es el sentimiento de pertenencia a la horda. Lo que no es nada fácil.

Y lo segundo, aceptar que el origen de los males del mundo no está en la pobreza, sino en la riqueza, en  contemplar las riqueza como un mal. No son los pobres los que nos traen los recortes, sino los ricos, pero  seguimos pensando y sintiendo la riqueza como un bien. Y este cambio es aún más difícil.

Quizá otro camino, en principio más improbable, fuera el de potenciar los actuales sindicatos para crear un sindicato universal que pudieran responder con acciones coordinadas en todo el mundo frente al despotismo del capital. Un camino no impide el avance en el otro. Hala, ya tenéis faena. Lo demás, lo de que los males se resuelven rezando a San Andrés o echando un papelito por un agujero, son milagritos imposibles.