José Tornel, consiliario de la HOAC de Murcia nos hace llegar este artículo sobre su compañero Valerio Molina García, consiliario hoacista de la Diócesis Córdoba, que sufre un proceso de enfermedad muy grave

Valerio es una persona especial. Muchas y muchos militantes lo conocéis. No pasa desapercibido. De hecho ¿has visto a muchos curas con bigote?. Él es uno de los pocos que deben existir.

Hace unos años, en la X Asamblea General, durante la celebración de la fiesta que la HOAC acostumbra a organizar durante las mismas, la diócesis de Córdoba presentó a un grupo de consiliarios, algo heterogéneo, que se preguntaban continuamente cómo evangelizar mejor al mundo obrero. Ese teatrillo, titulado “Consiliarius Monty” (si estuviste allí supongo que lo recordarás), y que acabó en un apoteósico método para acercar nuestro apostolado al mundo obrero, giraba en torno a un personaje central: Valerio. Todos los demás insistían en sumarse a su grupo de acción, que no era más que su “pandilla del dominó” y se intuía en los diálogos que el tal Valerio era algo granujilla… un poco travieso. Aquel sainete, y su coreografía final, fue todo un éxito. Y ahora, pasado el tiempo, ilustra en cierta medida algunos rasgos de la labor evangelizadora de este consiliario de la HOAC.

Valerio es una persona de fuerte carácter, carcajada sonora y conversación chispeante. Amigo de la juerguecilla, no le hace nunca un feo a una buena copa de vino, y siempre está dispuesto a invitarte a otra más… la penúltima. Es sacerdote, sí. Pero nunca ha sido un “cura estándar”. A simple vista es como si ese título: el de cura, se lo hubieran dado en la última convocatoria de septiembre, y con un cinco “raspado”. No creo que recuerde muchos “latinajos” y no sé cómo le sentará la sotana porque nunca lo vi dentro de una de esas prendas. Bueno (miento) en aquél teatrillo de la asamblea la llevaba puesta… aunque al final se la quitó.

Su forma de actuar, de relacionarse con los demás, su estilo a la hora de “ejercer” de cura, siempre ha sido algo fuera de lo común. Cuando él está presente hay un sabor a cotidianeidad que termina revistiendo de autenticidad todo lo que hace. Por eso, los mensajes que lanza durante sus homilías carecen de adornos superfluos. Sólo se recrean en el agudo punzón del Evangelio, cuando lo abres por la página donde te habla, a ti mismo, de tu prójimo: ese que lo está pasando mal. Y todo esto, además, con la humildad de unas zapatillas de paño de las muy usadas. Justo es así como me imagino a Jesús de Nazaret entre aquellas gentes que se codeaban con él.

Hace poco, la HOAC de Córdoba le decía por escrito que, en su labor pastoral, siempre se percibe un altar sin escalones. Y es así. Su sacerdocio carece de barreras arquitectónicas. Sobre todo para los más impedidos: Los empobrecidos de este sistema “culturalneoliberal” que nos ha tocado vivir.

Ahora, Valerio está en medio de una dura pelea. Se enfrenta a una grave enfermedad que lo tiene postrado entre el sillón y la cama (y va ganando la cama), que le ha arrebatado hasta el bigote. Sabemos que pronto, seguramente el Padre lo llamará a su lado (Apuesto que jugará con él alguna partidita de dominó). Nosotros, sus amigos, familiares, feligreses, compañeros y compañeras de trabajo o de militancia… en fin, todos los que tenemos la suerte de conocerlo, estamos pendientes de él tal como él ha estado siempre (y sigue estándolo) de todos nosotros.

Por eso, me he permitido el lujo de pedir colaboración a algunas personas que, por diversas circunstancias, han compartido muchos ratos y retos con él. Cada cuál me ha transmitido, más o menos, lo que sigue.

Cuando lo describen, todos coinciden en que Valerio es coherente con sus planteamientos, procurando una distancia mínima entre lo que piensa, dice y hace. Y esto le ha provocado más de un dolor de cabeza. Paco Cáliz y Magdalena, dos compañeros de equipo hoacista durante muchísimo tiempo, piensan que es un sacerdote de los que acompañan, no de los que dirigen. Teresa y Toni, madre e hijo, feligreses de su parroquia y desde hace poco militantes de la HOAC de Córdoba (gracias, en gran parte, al propio Valerio), tienen claro que no se anda por las ramas, que encarna el realismo, el humanismo y la sencillez. Y que está dispuesto a la evolución de las ideas y de la Iglesia en pos de un mundo mejor.

Paco Paños conoció a Valerio trabajando ambos como profesores de instituto. Valerio enseñando Religión, Paco, Literatura. Uno comunista, otro cura. Una suerte de Giuseppe y Don Camilo donde se forjaría una profunda, larga y comprometida amistad. Paco destaca sobre todo la defensa de su concepción de un cristianismo al servicio de los desposeídos.

Hay un sacerdote que, aunque lo conoció en el seminario, fue después, en la HOAC, cuando realmente entró en contacto profundo con él. Rafael Herenas destaca su capacidad para sacar fuerzas de la Fe, la oración y la Eucaristía: verdadera fuente de su actitud de servicio y su compartir con los demás.

Compañero de todos, Paco Paños subraya cómo han hablado, bebido, jugado al “futbito” (hasta que el cuerpo y los años dijeron basta)… y también cómo han participado en múltiples actividades e iniciativas siempre en pro de un mundo mejor, de un sistema de enseñanza crítica y no adoctrinadora. Todo esto durante más de treinta años en los que han mantenido la rutina semanal de la partida  de dominó en el grupo de amigos.

Las homilías de Valerio, con un vocabulario “entendible” por cualquiera, evocadoras de un Jesús nada “repeinao”, en pantalón vaquero y con el carné del paro en la chaqueta, utilizan un dialecto donde se reconocen los feligreses de un barrio obrero. Así, a base de misas entrañables, espontaneidad, paciencia y, sobre todo procurando el protagonismo de los laicos, es como ha hecho crecer una comunidad parroquial corresponsable, con maneras solidarias, aroma a Pastoral Obrera y receptiva al sufrimiento de la precariedad laboral, el paro, el mes demasiado largo para ese sueldo tan escaso,… En definitiva, una comunidad interpelada por el mensaje revolucionario del Amor de Dios.

Valentía, honradez, sencillez, sinceridad… todas estas palabras salpican las valoraciones que hace de Valerio cualquiera que lo conozca. Pero sobre todas, hay una que destaca: Alegría. Y es que Valerio encarna perfectamente esos versos de Joan Manuel Serrat: “No me importa tomarme la vida en serio, mientras conserve el sentido del humor”.

Su forma de presentar el hecho religioso como lo más humano que uno se puede echar a la cara siempre está presente en su “quehacer” hoacista. El compromiso cristiano, o es profundamente humano o no se puede llamar así: cristiano. La formación hoacista que Valerio ha ido desgranando reunión a reunión, ha forjado su visión del Mundo Obrero desde esa premisa. Así lo atestiguamos sus compañeros de equipo. Y su empuje en la difusión del Noticias Obreras, ¡Tú!, ediciones HOAC, cuadernillos de reflexión etc. Es un síntoma más de esto que digo.

Paco Paños, que ha compartido gran parte de su vida adulta con él, remarca cómo su amistad ha sido más libre y elegida que la que llega de la mano de la infancia y la juventud. Dice saber con certeza que puede contar con él para lo que sea, cosa ya demostrada. Y mantiene que la enseñanza más profunda que recoge de su amigo es lo fácil que resulta entenderse, si quitamos anteojeras a las ideas, y las ponemos al servicio de una sociedad justa.

A todos nos interpela la manera en que está viviendo su enfermedad. Su mirarla de frente, de retar su mal, de vivirlo como un acto de entrega y disponibilidad a lo que el Padre le ha reservado, es una victoria en sí misma. Transluce la Fe profunda en la que vive. Y sólo este hecho es un testimonio de vida cristiana, honda y fructífera. De esta manera, sin duda, Valerio vive ya el principio de su resurrección.

Después de hablar con algunos, pedir respuestas por escrito a otros, pensar y pensar en el protagonista de este escrito, y revivir las muchas experiencias que he gozado junto a Valerio, no me queda más que suscribir lo que dicen Paco Cáliz, Rafael, Teresa, Paco Paños, Magdalena, Toni… y muchas otras personas que podrían haber aportado el matiz de su propia experiencia a estas letras.

De todos y todas brota una palabra cuando hablan de ti, Valerio: Gracias. Y así quiero terminar este intento fallido de artículo de opinión: Gracias Valerio. Y hasta mañana en el Altar.