Emma Martínez Ocaña

Quiero presentarme, pues apenas me conoces. Soy otra mujer “sin nombre” del Nuevo Testamento. Una vez más los redactores de los evangelios me niegan identidad, y sólo soy un de en relación a un varón importante: “suegra de Pedro”. Quizá no te sorprendas, seas varón o mujer, pues estamos todos tan acostumbrados a que así sea que nos parece lo más natural; hija de, hermana de, esposa de, pareja de, madre de, viuda de… ¿A que hoy sigue siendo también así? ¿No crees que ya ha llegado la hora de que eso deje de ser como es?

Algunos varones querrán convenceros de que éste es un dato que no tiene importancia, aunque eso lo dicen ellos, que siempre son los nombrados, no sólo por su nombre sino que su sexo identifica al género humano. Todos y todas somos hombres porque ellos han decidido que ése es un nombre genérico… Eso sí, ellos nos dirán lo importante que es, enla Biblia, dar nombre, llamar por el nombre, poner nombre… ¿Sólo es importante para los varones o cuando lo hacen ellos?

¿Por qué tantas mujeres renuncian a su apellido cuando se casan? ¿Por qué hemos aceptado pasivamente durante siglos el hecho de que para nuestros hijos nuestro apellido sea el segundo y no el primero? Os invito a rebelaros contra esta forma de negarnos identidad. Porque es verdad que nombrar es dar identidad, y que lo que no se nombra se hace invisible y termina por parecer inexistente, aunque nosotras existimos y construimos la historia igual que ellos.

Nosotras, las mujeres, también construimosla Iglesiaprimitiva y eso es lo que quiero contar al hablarte de mí.

El evangelista Marcos se refiere a mí en estos términos: “Jesús salió de la sinagoga y se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en la cama con fiebre” (v.29-30).

Estar en la cama con fiebre expresa bien mi situación de mujer. Estoy tumbada, separada de la comunidad, sin nada que decidir ni hacer en casa de Simón y Andrés. La casa, sabes bien, es símbolo de la comunidad donde los varones se sienten dueños. Además tengo fiebre… Es otra forma de expresar mi condición de excluida, de estar impura, dominada por malos espíritus. Estoy postrada, no de pie, y por tanto humillada, pasiva y, además, soy impura, estoy sometida a Satanás.

Soy el símbolo de las mujeres de Israel, en ese tiempo, y desgraciadamente de tantas mujeres aún hoy. Es expresivo el dicho que corre por ahí: “Mujer de mesa y cama” o ¿quizá sólo para la cama y la mesa?

 ¿Cuáles son las “camas” y las “fiebres” que aún hoy nos mantienen a las mujeres excluidas de los lugares de decisión, no reconocidas como sujetos de derechos en igualdad con los varones, postradas, demonizadas de tantas maneras?

Seas varón o mujer quien me estás leyendo, no dejes de responder a la pregunta anterior. Y si no tienes fuerzas para más, al menos haz lo que los varones de la narración de Marcos hicieron: “Enseguida le hablaron de ella”. Arriésgate a hacerlo porque eso supondría que al menos te has dado cuenta de que la situación debe cambiar. Háblale a Jesús de ello, quizá por ahí puedas encontrar luz para saber cuál es su verdadero proyecto sobre el mundo en general y las fuerzas para colaborar con Él en ese sueño.

Mi curación hay que leerla en la necesidad de una profunda “metanoia” que viene precedida de otro gesto simbólico. Inmediatamente después de la llamada a seguirle, Marcos dice: “Y fueron a Cafarnaún (1, 21). Era sábado, Jesús entró con ellos en la sinagoga y dejó asombrados a los oyentes porque “les enseñaba como quien tiene autoridad, no como los letrados” (v.22). en este momento introduce el evangelista el primer signo liberador de Jesús. “Estaba en aquella sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo e inmediatamente empezó a gritar: ¿qué tienes tú contra nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Jesús le conminó: Cállate la boca y sal de él” (23-25). Jesús dice con los hechos que ha venido a destruir el dominio del mal, a luchar contra el poder de todos “los espíritus inmundos”.

No sólo nosotras, las mujeres, estamos dominadas por demonios sino también vosotros los varones. Todos y todas estamos hoy contaminados por fiebres y demonios excluyentes e injustos que sólo cuando los podamos nombrar y exponer a la luz, nos permitirán dejarnos ayudar y salir de esta esclavitud.

Seguir a Jesús requiere una profunda conversión. Necesitamos redefinir nuestras identidades sin falsos estereotipos de género, que nos dividen y nos empobrecen. A nosotras negándonos nuestro poder y nuestra fuerza, y encadenándonos a roles, cualidades y funciones que no hacen justicia a nuestra verdad. A los varones postrándolos bajo el peso de falsas identidades masculinas, despojándolos de la ternura, sentimientos, receptividad, intuición, pasión y cuidado por la vida. Empobrecidos por identificar la masculinidad con dominar, mandar, ser prepotentes, pretender ser superiores… Vosotros y nosotras necesitamos manos tendidas para salir de esta situación, necesitamos liberarnos de demonios y ponernos en pie como expresión de la nueva identidad que confiere la fe en Jesús.

En este contexto, introduce Marcos el episodio donde narra lo que Jesús hizo conmigo, expresándolo así: “El se acercó, la cogió de la mano y la levantó” (v. 31).

No te olvides de un dato muy importante: es sábado, por tanto Jesús está, de nuevo, transgrediendo un precepto sagrado, porque Él sólo considera sagrado lo que agrada a su Dios: la vida, la calidad de la vida para todos y todo.

En la construcción de su nueva comunidad, en esa “casa de Pedro y Andrés”, quiere poner de relieve, lo mismo que lo que acababa de hacer en la sinagoga, que no es posible una religión que, en nombre de Dios, mantenga a las personas sometidas, tumbadas, como seres de segunda categoría, sin sentirse miembros activos de la comunidad, con capacidad para decidir, en igualdad de derechos y deberes.

SE ACERCÓ A MÍ. No sabes cuánto agradecí ese gesto de cercanía; era su modo de decirme: “estoy contigo”, a tu lado, conozco tu sufrimiento y no me es ajeno. Aunque no siempre logres reconocer mi presencia yo estoy contigo en tu lucha por ponerte en pie. No creas a quienes se escandalizan de ello, quienes me critiquen o te critiquen por hacer algo prohibido en nombre de Dios. Ese Dios no es en el que yo creo, no es el que me envió a revelaros su sueño: un mundo de hijos e hijas y de hermanos y hermanas.

ME COGIÓ DE LA MANO. Me tocó y de nuevo transgredió la ley tocando a una mujer enferma. Ese contacto sanador era el que me iba a posibilitar la curación. Coger de la mano es un gesto lleno de ternura, es un gesto sencillo y cotidiano con el que Jesús no sólo me iba a sanar de la fiebre sino que me estaba mostrando un modo nuevo de hacer comunidad, de ir por la vida tendiendo la mano para ayudar a levantar a cualquier persona tumbada en el camino de la vida esperando que alguien le eche una mano y pueda también ponerse en pie. ¿Te animas a hacer tuyo ese gesto?

ME LEVANTÓ. El verbo tiene una enorme carga simbólica. “Levantarse” es el símbolo de la dignidad. El hombre y la mujer vivos se ponen de pie, experimentan la plenitud (Sal 20, 9) y desde esa posición pueden actuar, hablar, cantar. Pasar de la postración a levantarse es la experiencia del Éxodo; fue Yahvé quien los salvó, quien los puso de pie y por lo que pudieron pasar de la esclavitud a la libertad. Pasar de la postración a estar en pie resume bien la experiencia de salvación que Jesús proclama.

Cuando Jesús me dio su mano para levantarme sentí que era una mujer nueva. Comprendí muy bien que estaba pasando algo muy revolucionario, aunque Marcos lo sintetice en una breve frase: “La fiebre la dejó y ella se puso a servirles” (v.31).

LA FIEBRE ME DEJÓ. Fue la fuerza de Jesús la que hizo posible que la fiebre me dejara. Fue necesario un gesto activo, una acción directa contra “la fiebre” porque no basta lamentarse por las situaciones sin hacer nada; no era suficiente rezar por mí (Lc 4, 38).

Los discípulos eran testigos de que Jesús luchaba activamente contra el mal, desenmascarando así todos los mecanismos encubridores y justificadores de actitudes acríticas y pasivas ante las circunstancias que nos pedían estar en pie, en situación de igualdad. Una comunidad que no luche contra ello no puede sentirse fiel a Jesús.

ME PUSE A SERVIR. Claro, eso es lo que nos toca a las mujeres: ponernos el delantal y servir la mesa a los varones, sobreponernos a nuestras enfermedades para servir… ¿Y si el texto no dijese eso “tan obvio”?

Te recuerdo algunos detalles significativos. En el texto griego del Nuevo Testamente “servir” (diakonein) es un verbo técnico que describe la actitud característica del seguidor o seguidora de Jesús y que significa ayudar, colaborar, adhesión personal. En definitiva, hacer verdad el seguimiento.

Jesús hizo de este término un lugar de identificación de su vida y misión: “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve”, “no he venido a ser servido sino a servir” (Mc 10, 45). Expresiones que tienen su última interpretación en el gesto insólito de Jesús lavando los pies a sus discípulos y reprochando con una enorme dureza a Pedro diciéndole que si no entiende así su vida, no podrá ser discípulo suyo, no tendrá nada que ver con Él.

¿Qué fue lo que realmente pasó en mi vida en este momento? Que Jesús me integró en su grupo de seguidores y pude “servir” construyendo la comunidad de iguales que Jesús quería, rompiendo con la tradición judía y la mentalidad patriarcal, realizando en mí otro gesto aún más trasgresor que el anterior, que fue pórtico para una ruptura mucho más revolucionaria, tanto que después de veintiún siglos seguimos sin asumirlo en toda su novedad.

Gracias a muchas personas que se dejaron “tomar de la mano” por Jesús, “levantarse” y “servir”, el cristianismo primitivo se fue viviendo en pequeñas comunidades domésticas, reunidas en nuestras casas, donde muchas mujeres asumimos funciones eclesiales como misioneras itinerantes o como matronas de las iglesias domésticas donde presidíamos la oración y la fracción del pan.

Quizá esto te resulte extraño, incluso increíble. Pero hay muchas investigaciones, realizadas sobre todo por mujeres biblistas, que desde hace años han puesto de relieve esta realidad ignorada y silenciada aún por muchos teólogos.

Pero la verdad se irá imponiendo cada vez más y quizá algún día podamos celebrar que hemos abandonado nuestras “camas” y “fiebres” para sentarnos juntos a la mesa de la fraternidad en igualdad de condiciones. Entonces estaremos haciendo verdad la comunidad de Jesús. Entra tanto yo os invito a hacer lo que hizo Jesús conmigo: acercarse a los lugares donde están las personas postradas, tomarlas de la mano y ayudar a que se levanten. Entonces todos nos pondremos a servir, tejeremos el manto de la solidaridad social y eclesial desde la cotidianidad y seremos testigos creíbles en una sociedad cansada de palabras y necesitada de experiencias que se hagan verdad histórica.

 

Con mi afecto, yo, una mujer puesta en pie.
Que pasé de la postración a la construcción de la comunidad,
como deseo que te pase a ti.