III DOMINGO DE CUARESMA | Éxodo 3, 1-8a.13-15; Salmo 102; 1Corintios 10, 1-6.10-12; Lucas 13, 1-9

Tras las Tentaciones y la Transfiguración la Liturgia nos presenta en tres domingos textos de los Evangelios que se usaban para las catequesis cuaresmales, que nos sirven para crecer en el seguimiento de Jesús. Nos acercamos a ellos tras la celebración de la fiesta de San José, el hombre justo, el hombre de Dios que hizo realidad sus sueños, modelo de padre y modelo para los seminaristas, por ello es patrono de los Seminarios especialmente en España.

Moisés, el amigo de Dios, quién hablaba con Dios cara a cara, se nos presenta en la primera lectura como modelo y ejemplo del discípulo. Un hombre atento a lo que sucede a su alrededor, capaz de acercarse a ver aquello que le resulta extraño, sin miedo ni cobardía, que cuando descubre estar en lugar sagrado se descalza, pisa con su planta del pie el suelo, la tierra, es un hombre con los pies en la tierra al tiempo que entra en contacto y conocimiento con lo sagrado, con lo espiritual con el cielo. Su encuentro con Dios le lleva a dos cosas, las mismas que a la que debería ir todo discípulo: conocimiento más profundo de Dios (sabe su nombre y que es el Dios de sus padres, y el que dará la libertad a su pueblo) y al descubrimiento de la misión, ir a liberar, hacerlo en nombre de Dios.

Todo esto es algo que nos complica la vida. Afirmar como hacemos con el salmo 102 que el Señor es compasivo y misericordioso, nos tiene que llevar a padecer con, a amar y perdonar al otro a pesar de sus miserias. El ejemplo lo tenemos en Moisés: él estaba con su mujer, sus hijos, el rebaño de su suegro, vivía en paz, ya dio la cara por los suyos, y tuvo que salir de Egipto por haber defendido a los suyos, y, ahora, tras encontrarse con Dios, tiene que volver a Egipto, liderar un pueblo que desconfía y desconfiará siempre de él, jugarse la vida, complicársela y perder su paz, su familia, su vida tranquila. En el desierto acompañará a su pueblo, al tiempo que sufrirá las consecuencias de las miserias de su pueblo, él tampoco entró en la Tierra Prometida, aunque pudo verla y saber que Josué si entraría, …

Nosotros somos llamados por Dios, como Moisés, y necesitamos convertirnos. El discípulo necesita convertirse, volver a Dios, si no podemos acabar como Judas, apóstol y traidor, o como Pedro, primero de los apóstoles y negando a Jesús, o como todos los demás, escondidos por miedo a que nos pillen, mientras Jesús muere en la cruz. Por eso Pablo nos advierte como advirtió a los corintios: no creamos que basta con estar bautizados, recibir los sacramentos y cumplir con las normas y ritos establecidos; no basta con que Dios nos llame. Dios liberó a su pueblo de la esclavitud, pero ninguno de los de la generación de los liberados entraron en la Tierra Prometida, ya que ninguno fue capaz de luchar por mantener la libertad que les había sido dada.

Por último, Jesús, en el Evangelio previene a los discípulos sobre la Teología de la Prosperidad. Todas las religiones y culturas, hasta la llegada de Cristo, ven la prosperidad como signo de la bendición de Dios, en cambio, si alguien sufre, le van mal las cosas y fracasa es a causa de sus pecados y del correspondiente castigo divino: así pensaban los amigos de Job, que no creían que fuera inocente y que sufriera sin culpa. Así pensamos también nosotros cuando vemos el SIDA como un castigo divino… Por esto los discípulos se asustaron cuando Jesús dijo que era muy difícil que los ricos entrarán en el Reino de los Cielos, si ellos no pueden entonces nadie puede. Con está Teología es imposible entender y vivir las Bienaventuranzas, ¿cómo van a ser dichosos los pobres? Sin embargo, para Dios, sus elegidos, sus predilectos, son los pobres, los que sufren, …, el Hijo Predilecto, es el que será Crucificado, el que acepta la Cruz para redimir y salvar a sus hermanos, a todos. 

Nosotros no somos mejores que los ucranianos o los sirios, o los yemeníes, si no nos caen bombas y no tenemos que salir huyendo no es porque Dios nos bendiga y proteja más a nosotros que a ellos. Si tenemos lo que tenemos es porque Dios nos está abonando, como a esa higuera de la parábola del Evangelio, y espera que demos fruto, un fruto de amor, de paz, de compartir, … Recordar la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro. Epulón no era malo, no hizo nada malo, solo festejaba y vivía bien, pero no se dio cuenta de Lázaro, no lo vio, hasta que no llego a la otra vida, Epulón no fue al infierno o al abismo por ser rico, ni por festejar, sino por no ver, no ver al pobre que vivía en su puerta, y no hacer nada por él con lo mucho que tenía. Podemos ser buenos, practicar correctamente la religión, pero no ver a los desahuciados, a quiénes cerca viven al raso, sin luz ni agua, y no hacer nada por ellos, …, podemos acabar como Epulón, o arrancados como la higuera que no da el fruto que Jesús esperaba.


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José Luis Bleda Fernández

Sacerdote | Párroco de San Juan Bosco (Cieza, Murcia)