imagesPor JUAN GARCÍA CASELLES / Érase una vez un jefe de gobierno que, presionado por los poderosos de la tierra y al mismo tiempo impulsado por su propia ideología (eso sí, defendiendo siempre sus propios intereses, que para eso era rico de los de toda la vida) se dedicó en cuerpo y alma a castigar a sus súbditos condenándoles a la pobreza en el mejor de los casos (porque en otros era a la indigencia y la miseria), con la excusa de que si no lo hacía él, vendrían de fuera otros que nos lo harían pasar peor, y, así, mientras nos arreaba con el gato de las siete colas, aumentaba el paro como nunca, los enfermos tenían cada vez más difícil y más cara su curación, los colegiales veían disminuir el número de maestros, los jóvenes huían despavoridos a cualquier parte del extranjero, los pensionistas veían bajar sus pensiones, los dependientes sobrevivían de la caridad familiar, los investigadores se pasaban años de becarios y gracias, los artistas lloraban por las esquinas, mientras pasaban todas estas barbaridades nos decía que no debíamos quejarnos, que lo hacía por nuestro bien, y que si llegaban a venir los de fuera nos íbamos a enterar, aunque, al final, los de fuera vinieron de todas maneras. 

Así que el hombre, una vez terminada correctamente la faena (con estocada ladeada y descabello al décimo intento) se planteó seriamente si la cosa no habría ido demasiado lejos, por lo que quizá el pueblo, aunque manso de solemnidad, podría rebelarse y descabalgarle de rocín en que tan a gusto se sentía, de modo que ideó un mecanismo, un artilugio, una ingeniería, no financiera, sino política, para que la gente dejara de pensar en las innumerables putadas que estaba sufriendo y se enfrascara en algún tipo de discurso inacabable pero que les apasionara aún más que el fútbol.

¿En quién creéis que estoy pensando, en Rajoy o en Mas? Pues, la verdad, no sé de cual de los dos fue el invento, pero sí puede deducirse de los hechos que los dos estaban plenamente de acuerdo en montarla con lo de Catalunya. Y para decir esto me baso en aquello tan antiguo del pretor romano que cuando investigaba un crimen empezaba preguntándose ¿cui prodest? (¿a quién aprovecha?).

Así que, al parecer, se pusieron de acuerdo en no estar de acuerdo por lo menos hasta que pasara el temporal de los rechazos anti-recorte, cosa que era muy interesante para ambos. Naturalmente, carezco de pruebas, pero os recuerdo que el lío empezó en una reunión de estos dos cazurros en la que, aparentemente, Mas le pidió a Rajoy, no la independencia, sino más dinero para Catalunya. Y después vino todo lo demás.

Pero lo más triste del caso es que la gran beneficiada es la alta burguesía cuyos intereses defienden estos dos señores. Es ella la que, con la pseudo-crisis fabricada a propósito por Merkel y Cía., ha visto aumentar su riqueza, su poder y sus privilegios.

Como el guirigay le convenía, no dudó en sacar su más pesada artillería con periódicos, radios y teles todos dispuestos a hablar de Catalunya hasta la náusea, eso sin contar los voluntarios o mercenarios tertulianos, politólogos, historiadores, sociólogos y cátedros varios, que no han dudado ni un momento en utilizar los sentimientos (más o menos conscientes) del personal de más allá o más acá del Ebro en materia de pertenencia social para dividir, acallar y entontecer a los tristes currantes (de ambas orillas del río) que son los que sufren los famosos recortes que, como se sabe, son una bendición para la burguesía.

Han conseguido así dos objetivos para la dura batalla de la lucha de clases: Uno, que los pobres dejen de prestar atención a sus verdaderos problemas, y, otro, aquello tan importante de divide y vencerás.