Comunicado de la HOAC de Murcia ante la celebración el 8 de marzo del Día Internacional de la Mujer Trabajadora

Las mujeres y los hombres de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) de la Diócesis de Cartagena celebramos nuevamente el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora. En esta fecha, junto a nuestras compañeras y compañeros,  junto a ti, recordamos cada año a tantas mujeres anónimas que han construido nuestra historia muchas veces con sangre y sacrificio. Mujeres que han entregado su vida para que la situación de la mujer y de la sociedad avanzara en pro de la justicia, la igualdad, la paz y el desarrollo. Su lucha no fue en vano.

Este año es especialmente duro. Sufrimos los efectos de un capitalismo sin rumbo y enfermo que aplica recetas que se ceban especialmente en los sectores más empobrecidos de nuestra sociedad. Y en ellos, las mujeres padecemos doblemente sus consecuencias. Unas, por la propia situación que afecta al conjunto del mundo obrero y del trabajo. Otras, por nuestra condición de mujer.

Nosotras somos las que tenemos los trabajos más precarios y peor pagados. Somos las primeras que vamos al paro, con una nueva reforma laboral que viene a sumarse a otras de los últimos años y en la que quedamos desprotegidas. Somos las primeras a quienes se nos mira para que atendamos a nuestros ancianos, discapacitados o enfermos, porque los recortes se han cebado con los recursos de la Ley de Dependencia y con los servicios sanitarios.

Somos las que acudimos a Cáritas o a Cruz Roja para poder disponer de algunos alimentos básicos en nuestras menguadas despensas. Somos las que tenemos que atender a nuestras hijas e hijos maltratados por el sistema educativo al que se le aplican las tijeras de los recortes. Somos las que sufrimos en primera persona los desahucios, los problemas mentales y la desesperanza.

Sufrimos la degradación de los derechos sociales, en un momento en el que los recursos económicos se están destinando al nuevo ídolo de la rentabilidad económica y al pago de una deuda que nosotras no hemos generado. Incluso padecemos el derecho a ser madres porque esta dimensión de la vida nos la roba la manera que tiene el capitalismo de concebir el trabajo y la economía.

Es cierto que las leyes han avanzado algo en materia de igualdad entre mujeres y hombres, pero continuamos constatando que seguimos sin estar adecuadamente representadas en muchos ámbitos sociales, laborales, políticos y eclesiales. Precisamente, en nuestra propia Iglesia sentimos que no contamos prácticamente para nada, como el resto de los laicos. Por eso, aún son necesarios los avances en la igualdad de oportunidades en el ámbito laboral y en la representación democrática, en la eliminación de estereotipos, en la participación en nuestra Iglesia, Pueblo de Dios, o en la erradicación de esa lacra que es la violencia de género, la violencia contra nosotras.

Frente a todo ello, sí nos sentimos reflejadas en la mirada, los gestos, las actitudes y los comportamientos de Jesús de Nazaret. Él se acercó a Marta y a María, las escuchó. Tuvo gestos de ternura con la mujer adúltera, no condenó a la prostituta y ensalzó a la viuda. Su testimonio, su verdadero compromiso, sus silencios, su encuentro con las mujeres de su tiempo, son hoy grandes motivos de esperanza para nosotras.

Son razones para recobrar la mirada en nuestra condición como mujeres, y por tanto, como personas, sujetos con derechos, y luchar cada día junto a los hombres para cambiar la realidad, para transformar este injusto mundo y seguir aportando nuestra fortaleza mostrando ese rostro femenino de Dios. Un rostro, como el de María, la madre de Jesús, que nos anima a continuar abriendo cauces de corresponsabilidad en la sociedad y en la Iglesia.